Epidemiología

Se han informado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) varios casos de neumonía de etiología microbiana desconocida asociados a la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei (China), el 31 de diciembre de 2019. La OMS anunció que se había detectado un nuevo coronavirus en muestras tomadas de estos pacientes. Desde entonces, la epidemia se ha intensificado y extendido rápidamente en todo el mundo, y la OMS declaró por primera vez una emergencia de salud pública de interés internacional (PHEIC, por sus siglas en inglés) el 30 de enero de 2020, y posteriormente, la declaró oficialmente como pandemia el 11 de marzo de 2020. La OMS declaró que COVID-19 ya no constituye una PHEIC en mayo de 2023.

Desde el inicio de la pandemia se han informado casos en todos los continentes, con más de 776 millones de casos confirmados y más de 7 millones de muertes en todo el mundo.[17]

[Figure caption and citation for the preceding image starts]: Número de casos de COVID-19 informados semanalmente por región de la OMS, y muertes globales, a partir del 15 de abril de 2024Organización Mundial de la Salud [Citation ends].Número de casos de COVID-19 informados semanalmente por región de la OMS, y muertes globales, a partir del 15 de abril de 2024

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU. ofrecen recuentos de casos actualizados

Las personas de edad avanzada ≥70 años de edad y los hombres presentan un mayor riesgo de infección y de enfermedad grave.[18] Los adolescentes parecen tener una susceptibilidad a la infección similar a la de los adultos, y los niños presentan una menor susceptibilidad. Sin embargo, las evidencias son contradictorias y la relación detallada entre la edad y la susceptibilidad a la infección requiere más estudios.[19][20] A diferencia de los adultos, los niños no parecen presentar un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave en función de la edad o el sexo.[21] Las variantes pueden propagarse más eficaz y rápidamente entre los niños pequeños en comparación con el virus de tipo natural, aunque las tasas de ingreso hospitalario han disminuido.[22][23]

La incidencia de la infección en los profesionales de salud osciló entre el 0% y el 49.6%, y la prevalencia de la seropositividad entre el 1.6% y el 31.6%. No se observó ninguna asociación entre la edad, el sexo o la función del personal sanitario (es decir, enfermera o médico) y el riesgo de infección, según las evidencias de certeza moderada. Hubo una asociación entre la raza negra o la etnia hispana y un mayor riesgo de infección en comparación con la raza blanca o la etnia no hispana, según las evidencias de certeza moderada. Se encontró una asociación entre el uso del equipo de protección individual la disminución del riesgo de infección, basada en evidencias de certeza moderada.[24][25]

Factores de riesgo

Las personas que han estado en contacto con un caso probable o confirmado tienen un mayor riesgo de infección.

La Organización Mundial de la Salud define un contacto como una persona que ha presentado alguna de las siguientes exposiciones: contacto cara a cara con un caso probable o confirmado a menos de 1 metro (3 pies) y durante al menos 15 minutos; contacto físico directo con un caso probable o confirmado; atención directa a un paciente con COVID-19 probable o confirmado sin utilizar el equipo de protección individual recomendado; u otras situaciones que determinen las autoridades sanitarias locales basándose en las evaluaciones de riesgo locales. La exposición debe haberse producido durante el periodo infeccioso del caso. Para los casos sintomáticos, esto significa 2 días antes y 10 días después del inicio de los síntomas del caso, más al menos 3 días adicionales sin síntomas, para un mínimo de 13 días en total después del inicio de los síntomas. Para los casos asintomáticos, esto significa 2 días antes y 10 días después de la fecha en que se haya recogido la muestra que condujo a la confirmación.[125]

Las personas que viven o trabajan en un lugar con alto riesgo de transmisión presentan un mayor riesgo de infección.

Las personas que residen o trabajan en una zona con alto riesgo de transmisión (p. ej., entornos cerrados, entornos humanitarios) y las personas que trabajan en un entorno sanitario (incluso dentro de instalaciones sanitarias y hogares) presentan un mayor riesgo de infección.[125]

Las personas de edad avanzada corren un mayor riesgo de contraer infecciones y enfermedades graves.[18]

El riesgo de ingreso hospitalario y muerte aumenta con la edad. Se ha observado un aumento del riesgo relacionado con la edad de la mortalidad intrahospitalaria, la mortalidad de casos y el ingreso hospitalario del 5.7%, el 7.4% y el 3.4% por año de edad, respectivamente, según las evidencias de alta calidad. No se observó un mayor riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos, ni de intubación por año de edad. No hay evidencias de que exista un umbral de edad específico a partir del cual el riesgo se acelera considerablemente.[126]

Según datos de Estados Unidos, el riesgo de muerte es 340 veces mayor en las personas de 85 años o más, en comparación con los jóvenes de 18 a 29 años.[127]

En el Reino Unido, los datos de un estudio transversal indicaron que las personas de entre 40 y 64 años corren el mayor riesgo de infección, seguidas por los pacientes de 75 años o más, y luego por las personas de entre 65 y 74 años.[128] La mayor tasa de mortalidad se observó en pacientes de 80 años o más.[129]

En los Estados Unidos, los pacientes ≥65 años representaron el 31% de todos los casos, el 45% de los ingresos hospitalarios, el 53% de los ingresos en la unidad de cuidados intensivos y el 80% de las muertes al principio de la pandemia, con la mayor incidencia de resultados graves en los pacientes de ≥85 años.[130]

Si bien la edad es un factor de riesgo independiente, el riesgo en las personas de edad avanzada también está relacionado en parte con la probabilidad de que los adultos de edad avanzada sean más propensos a presentar comorbilidades. La mayor prevalencia de la desnutrición en los pacientes de edad avanzada también puede contribuir a los malos resultados.[131]

Los hombres presentan un mayor riesgo de infección y enfermedad grave.[18]

Un metanálisis encontró que los hombres presentan un mayor riesgo de infección, ingreso hospitalario, gravedad de la enfermedad, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y muerte.[132]

Se han propuesto varias hipótesis para explicar la diferencia, como la patogénesis impulsada por los andrógenos (las evidencias son débiles), el efecto protector inmunológico de los estrógenos en las mujeres (evidencias contradictorias), la tormenta inflamatoria inducida por la deficiencia de testosterona (evidencias contradictorias limitadas) y el error innato de la inmunidad de las citocinas (requiere más estudios). Es probable que la causa sea multifactorial y que se superpongan las características de varias hipótesis.[133]

Las personas pertenecientes a minorías raciales/étnicas pueden presentar un mayor riesgo de infección, enfermedad grave, ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y muerte en distinta medida según los grupos étnicos.[134][135][136][137]​​ Sin embargo, los estudios son incongruentes, sobre todo en lo que respecta a las definiciones de los grupos raciales/étnicos minoritarios y el estatus socioeconómico.

En el Reino Unido, los datos indican que las poblaciones sudasiáticas, de raza negra y de etnia mixta tienen un mayor riesgo de dar positivo en las pruebas y de sufrir resultados adversos (es decir, ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos, muerte) en comparación con la población blanca, incluso después de tener en cuenta las diferencias en las características sociodemográficas, clínicas y familiares.[138][139][140]​​ La raza puede desempeñar un papel importante en los resultados adversos tanto en niños como en adultos.[141]

En EE.UU., los indios americanos o nativos de Alaska, los latinos, las personas de raza negra y los asiáticos o isleños del Pacífico presentaban más probabilidades que las personas de raza blanca de dar positivo, ser hospitalizados, ser ingresados en la unidad de cuidados intensivos o morir durante el primer año de la pandemia.[142][143]

Entre los factores de riesgo de estos pacientes se encuentran la pobreza, el bajo nivel educativo, las malas condiciones de la vivienda, los bajos ingresos familiares, el hecho de hablar en una lengua distinta a la nacional y las condiciones de hacinamiento en el hogar.[136]

Aunque el riesgo de diagnóstico era mayor en la mayoría de las minorías étnicas, una vez hospitalizados no se observaron diferencias claras en los resultados (excepto por el alto riesgo de mortalidad en las minorías étnicas de Brasil). Esto sugiere que la condición de minoría étnica es un determinante social importante de los resultados de salud relacionados con el COVID, probablemente a través de la asociación con otros determinantes sociales (p. ej., la vivienda, el estatus socioeconómico, el empleo, el estado de salud general).[144] Las disparidades raciales en los resultados también pueden atribuirse en parte a las mayores tasas de comorbilidades en ciertos grupos étnicos.[145]

Las personas que se encuentran en un centro de cuidados de larga duración corren un mayor riesgo de contraer infecciones y enfermedades graves.[127][146]

En el Reino Unido, los residentes de residencias asistenciales representaron aproximadamente un tercio del número total de muertes en Inglaterra y Gales durante la primera ola de la pandemia; otros países informaron una experiencia similar. Esto se debió probablemente a la escasez de equipos de protección individual, a una población vulnerable y a la falta de pruebas.[147] Un estudio realizado en cuatro residencias de ancianos del Reino Unido encontró que el 26% de los residentes murieron en un período de dos meses y que la mortalidad por todas las causas aumentó en un 203% en comparación con años anteriores. Aproximadamente el 40% de los residentes dieron positivo por el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2), y de éstos, el 43% eran asintomáticos y el 18% tenían síntomas atípicos.[148]

En Estados Unidos, la tasa de mortalidad por todas las causas a los 30 días fue del 21% en un estudio de cohorte de más de 5000 residentes de residencias de ancianos. La edad avanzada, el sexo masculino y el deterioro de la función cognitiva y física se asociaron de forma independiente con la mortalidad.[149]

Las personas con comorbilidades presentan un mayor riesgo de padecer enfermedades graves, y cuantas más comorbilidades, mayor es el riesgo.[127][150]

En el Reino Unido, las comorbilidades más frecuentes que se registraron en un estudio de cohorte de más de 20,000 pacientes hospitalizados fueron la enfermedad cardíaca (31%), la diabetes sin complicaciones (21%), la enfermedad pulmonar crónica no asmática (18%) y la enfermedad renal crónica (16%).[151] De los 65,000 pacientes hospitalizados en el Reino Unido, el 68% declaró al menos una afección cardiometabólica en el momento del ingreso. Las afecciones cardiometabólicas iniciales se asociaron con un mayor riesgo de complicaciones intrahospitalarias y este riesgo aumentó en presencia de multimorbilidad cardiometabólica.[152]

En EE.UU., aproximadamente el 95% de los adultos hospitalizados presentaba al menos una enfermedad subyacente, siendo las más frecuentes la hipertensión, los trastornos del metabolismo lipídico y la obesidad. Aproximadamente, el 99% de los pacientes que murieron tenían al menos una enfermedad subyacente. Los factores de riesgo de muerte más fuertes fueron la obesidad, los trastornos relacionados con la ansiedad y el miedo, y la diabetes, así como el número total de enfermedades subyacentes.[153] Se calcula que aproximadamente el 56% de los adultos, y el 32% de los adultos jóvenes (de 18 a 25 años), corren el riesgo de padecer una enfermedad grave debido a la presencia de, al menos, una comorbilidad.[154][155]

A nivel global, la hipertensión (21%), la obesidad (18%) y la diabetes (18%) fueron las comorbilidades más prevalentes. El cáncer, la enfermedad renal crónica, la diabetes y la hipertensión se asociaron de forma independiente con la mortalidad. La enfermedad renal crónica fue estadísticamente la comorbilidad más prominente como causa de muerte.[156] El síndrome metabólico también se asocia significativamente con un mayor riesgo de mortalidad.[157]

Los niños con comorbilidades como obesidad, diabetes, enfermedades pulmonares crónicas (sin incluir el asma), enfermedades cardíacas, trastornos convulsivos y estado de inmunodeficiencia presentaban una alta prevalencia de enfermedades graves.[158]

Las personas con obesidad (≥30 kg/m²) y las personas con sobrepeso (25-30 kg/m²) presentan un mayor riesgo de infección y enfermedad grave.[127]​​ El riesgo de enfermedad grave aumenta a medida que lo hace el índice de masa corporal (IMC).[159]​ La obesidad fue altamente prevalente en pacientes con COVID-19, con una prevalencia combinada del 32% (37% en aquellos que requirieron ingreso en cuidados intensivos).[160]

De los 2.5 millones de muertes informadas en todo el mundo a finales de febrero de 2021, 2.2 millones se produjeron en países en los que más de la mitad de la población está clasificada con sobrepeso. En los países en los que menos de la mitad de la población adulta está clasificada con sobrepeso, la probabilidad de muerte es aproximadamente una décima parte del nivel observado en los países en los que más de la mitad de la población está clasificada con sobrepeso.[161]

Las evidencias de distintos metanálisis indican que los pacientes obesos presentan un riesgo significativamente mayor de infección, enfermedad clínicamente grave, ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos, necesidad de ventilación mecánica y mortalidad. El sobrepeso aumenta el riesgo de ingreso hospitalario, pero no de muerte.[162][163] Sin embargo, la fuerza de la asociación parece haberse debilitado con el tiempo.[163]

Un estudio de cohortes realizado en el Reino Unido encontró que el riesgo de resultados graves (es decir, de ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos, muerte) aumentaba progresivamente por encima de un IMC ≥23 kg/m², independientemente de los riesgos excesivos de enfermedades relacionadas (p. ej., diabetes). El riesgo relativo era especialmente notable en las personas de menos de 40 años y en las de etnia de raza negra. Cada unidad de aumento del IMC incrementaba el riesgo de: ingreso hospitalario en un 5% (por encima de IMC ≥23 kg/m²); ingreso en cuidados intensivos en un 10% (cualquier IMC); y muerte en un 4% (IMC ≥28 kg/m²).[164]

Un estudio de cohortes realizado en EE.UU. encontró una relación no lineal entre el IMC y la gravedad de la enfermedad, con el riesgo más bajo en los IMC cercanos al umbral entre el peso saludable y el sobrepeso, para posteriormente, aumentar con un IMC más elevado.[165]

Las personas con enfermedades cardiovasculares presenta un mayor riesgo de sufrir enfermedades graves.[127]

Las enfermedades cardiovasculares preexistentes se asocian a resultados adversos que incluyen la gravedad de la enfermedad, su avance y la mortalidad en adultos y niños.[166][167]

Las arritmias, la enfermedad de las arterias coronarias y las enfermedades cardiovasculares están significativamente asociadas al ingreso en la unidad de cuidados intensivos. La insuficiencia cardíaca, las arritmias, las enfermedades coronarias y las enfermedades cardiovasculares también se asocian significativamente a un mayor riesgo de mortalidad.[168] La fibrilación auricular/aleteo auricular preexistente se asoció con un mayor riesgo de ingreso en cuidados intensivos, mortalidad intrahospitalaria y peores resultados.[169][170] La enfermedad coronaria también se ha asociado al avance de la enfermedad y a la enfermedad grave/crítica. La asociación se ve afectada por la presencia de hipertensión; los pacientes con enfermedad coronaria e hipertensión tenían un mayor riesgo de mal pronóstico en comparación con los que no tenían hipertensión.[171] La lesión miocárdica y la enfermedad arterial periférica también se asocian a un aumento de la mortalidad a corto plazo.[172][173]

Las personas con factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares (p. ej., hipertensión, diabetes) también presentan un mayor riesgo de sufrir enfermedades graves y mortalidad (véase más adelante).[174][175]

Las personas con diabetes de tipo 1 o 2 presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave.[127]

La diabetes se asocia con un aumento de más de 2 veces en el riesgo de padecer la enfermedad grave y con un aumento de algo menos de 2 veces en el riesgo de muerte. La diabetes también se asocia a un mayor riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos. Los niveles más altos de glucemia (en lo inmediato y a largo plazo) se asocian a peores resultados. No hay evidencias de que exista una diferencia de riesgo entre las personas con diabetes de inicio reciente y las preexistentes. Los datos son insuficientes para determinar si la diabetes predispone a la infección. Los datos son contradictorios sobre si la diabetes de tipo 1 predispone a una persona a un mayor riesgo de infección en comparación con la diabetes de tipo 2. No hay datos que sugieran que la diabetes aumente el riesgo de enfermedad grave en niños y adolescentes.[176][177]​ La variabilidad entre las distintas regiones del mundo es significativa y puede sesgar las tendencias generales.[178]

Los factores de riesgo de mal pronóstico y mayor mortalidad en los pacientes con diabetes son similares a los factores de riesgo que existen en la población general e incluyen la edad avanzada, el sexo masculino, la etnia distinta a la raza blanca, la privación socioeconómica, la lesión renal aguda, los antecedentes de ictus o insuficiencia cardíaca y un mayor índice de masa corporal. Otros factores de riesgo más específicos son la prediabetes, el mal control glucémico, un nivel de hemoglobina glucosilada más alto, la cetoacidosis diabética, el estado hiperglucémico hiperosmolar, la retinopatía diabética y el uso de insulina.[179][180][181][182][183][184][185]​ Un control glucémico deficiente en pacientes críticos aumenta el riesgo de complicaciones y mortalidad.[186]​ Los estudios que se ajustaron a la edad, el sexo, la etnia, la privación y la ubicación geográfica siguieron encontrando un mayor riesgo de muerte en las personas con diabetes. Hay escasas evidencias sobre el papel de las comorbilidades en el aumento del riesgo de malos resultados.[176]

El uso de metformina, inhibidores del cotransportador de sodio-glucosa-2 y agonistas del receptor del péptido similar al glucagón-1 se asoció a una menor mortalidad en pacientes con diabetes de tipo 2. Los inhibidores de la dipeptidil peptidasa-4 y la insulina se han asociado a un aumento de la mortalidad. Las sulfonilureas, las tiazolidinedionas y los inhibidores de la alfa glucosidasa no parecían aumentar o disminuir el riesgo de mortalidad.[187][188] No está claro si estos fármacos presentan un efecto protector, y es necesario seguir investigando.

Los malos resultados de estos pacientes pueden deberse a la naturaleza sindrómica de la diabetes, la presencia de comorbilidades, el deterioro de la función inmunitaria, la posible regulación al alza de las enzimas que median en la invasión vírica y la inflamación crónica unida a la reacción inflamatoria aguda causada por el SRAS-CoV-2, que da lugar a una propensión a la tormenta inflamatoria.[189][190]

La infección también se asocia con un riesgo elevado de diabetes de nueva aparición. El riesgo está asociado a la hospitalización y a recibir cuidados intensivos.[191]

Las personas con enfermedades pulmonares crónicas como el asma, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), la enfermedad pulmonar intersticial, la embolia pulmonar, la hipertensión pulmonar, la tuberculosis, la fibrosis quística y las bronquiectasias presentan un mayor riesgo de padecer enfermedades graves. Las personas con displasia broncopulmonar o deficiencia de alfa-1 antitripsina pueden presentar un mayor riesgo de sufrir una enfermedad grave; sin embargo, las evidencias son limitadas.[127] No hay evidencias claras de que las personas con asma o EPOC presenten un mayor riesgo de infección.[192][193]

EPOC: se asocia con un mayor riesgo de ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y mortalidad.[194][195]​ Un estudio de cohorte prospectivo nacional y multicéntrico realizado en el Reino Unido encontró que los pacientes con EPOC presentaban menos probabilidades de recibir cuidados críticos que los pacientes sin una enfermedad respiratoria subyacente.[196]

Asma: se asocia con resultados clínicos similares (si no ligeramente mejores), en comparación con los que no tienen asma. Los resultados agrupados de una revisión sistemática de gran tamaño muestral mostraron que, en general, el asma no se asoció con resultados graves (ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos, mortalidad). Sin embargo, las evidencias eran de muy baja certeza y los resultados estaban limitados por la falta de información sobre la gravedad del asma, la heterogeneidad estadística inexplicable y la imprecisión. Las personas con asma alérgica parecen presentar un menor riesgo de resultados graves, mientras que las personas con asma y EPOC concurrente parecen tener un alto riesgo de resultados graves. Las revisiones sistemáticas y los metanálisis anteriores han generado conclusiones contradictorias. Todavía no está claro si el asma se asocia a un mayor riesgo de infección o de resultados graves.[197][198]​ El asma se asoció con un mayor riesgo de ingreso hospitalario en los niños; sin embargo, el uso de corticosteroides inhalados se asoció con un menor riesgo de infección.[199]

Apnea obstructiva del sueño: se asocia con un mayor riesgo de enfermedad grave, ingreso en cuidados intensivos, ventilación mecánica y mortalidad, pero no con un mayor riesgo de infección; sin embargo, la evidencia es limitada.[200][201]

Fibrosis quística: no parece estar asociada a un mayor riesgo de infección; sin embargo, hay evidencias de que algunos pacientes pueden presentar una evolución clínica más grave (p. ej., después del trasplante).[202] Otros factores de riesgo de resultados graves son el VEF1 <70%, la edad >40 años, la diabetes, la insuficiencia pancreática, el bajo peso y el uso de azitromicina.[203] ​El trasplante pulmonar y la diabetes relacionada con la fibrosis quística fueron factores de riesgo de enfermedad grave en niños.[199]

Tuberculosis pulmonar activa: parece estar asociada a un mayor riesgo de enfermedad grave y mortalidad.[204][205]

La enfermedad pulmonar intersticial:  parece estar asociada a un mayor riesgo de enfermedad grave y mortalidad.[206][207]

Las personas con enfermedad renal crónica (incluidas las que reciben diálisis) tienen un mayor riesgo de enfermedad grave y pueden tener un mayor riesgo de infección.[127][128]

Los pacientes con enfermedad renal crónica presentaban un riesgo significativamente mayor de ingreso hospitalario y mortalidad por todas las causas en comparación con las personas sin enfermedad renal crónica. Los pacientes con enfermedad renal crónica también presentaron un mayor riesgo de evolucionar a enfermedad crítica en el análisis conjunto de los estudios incluidos y en los análisis de subgrupos de los estudios con ajuste multivariable, aunque ninguno de los resultados alcanzó significación estadística.[208]

La incidencia parece ser mayor en los pacientes que reciben diálisis en comparación con los que no requieren diálisis.[209] Los pacientes con enfermedad renal terminal que recibían tratamiento de sustitución renal presentaban un mayor riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos, necesidad de ventilación mecánica y mortalidad.[210]

En el Reino Unido, los datos de un estudio transversal descubrieron que las probabilidades ajustadas de una prueba positiva eran mayores en los pacientes con enfermedad renal crónica (32.9%), en comparación con los que no la padecían (14.4%).[128]

La enfermedad renal crónica preexistente es un factor de riesgo independiente para desarrollar una lesión renal aguda como complicación.[211]

Las personas con hepatopatías crónicas como la cirrosis, la enfermedad del hígado graso asociada a la disfunción metabólica (esteatosis hepática no alcohólica), la hepatopatía alcohólica y la hepatitis autoinmune presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave. Las personas con hepatitis B o C pueden presentar un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave; sin embargo, las evidencias son limitadas.[127]

La enfermedad hepática crónica se ha asociado a un mayor riesgo de enfermedad grave y mortalidad, pero no a un mayor riesgo de infección.[212] Las puntuaciones de fibrosis hepática más altas se asocian a un peor pronóstico.[213]

Las personas con cirrosis presentan un mayor riesgo de mortalidad. Los pacientes cirróticos presentaban una probabilidad de mortalidad 2.48 veces mayor que los no cirróticos. El riesgo de mortalidad es potencialmente mayor en los pacientes con cirrosis más avanzada.[214]​ El consumo de alcohol se asocia a un mayor riesgo de enfermedad grave, ingreso hospitalario e ingreso en la unidad de cuidados intensivos.[215]

Las personas con esteatosis hepática asociada a la disfunción metabólica tienen un mayor riesgo de enfermedad grave.[216] La gravedad de la enfermedad se ha asociado a la edad <60 años y a las puntuaciones intermedias o altas de fibrosis-4 (FIB-4).[217][218]

Las mujeres embarazadas presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave.[127]

La prevalencia global en las mujeres embarazadas y recientemente embarazadas que acuden o ingresan en el hospital por cualquier motivo se ha estimado en un 10%; sin embargo, la tasa varía según los estudios y los países.[219][220] Un metanálisis de más de 2500 mujeres embarazadas con COVID-19 confirmado encontró que el 73.9% de las mujeres se encontraban en el tercer trimestre; el 50.8% eran de grupos de personas de raza negra, asiáticos o de minorías étnicas; el 38.2% eran obesas; y el 32.5% presentaban comorbilidades crónicas.[221]

Según un análisis de aproximadamente 400,000 mujeres de 15 a 44 años de edad con enfermedad sintomática, las mujeres embarazadas presentaban más probabilidades de ser hospitalizadas, de ser ingresadas en la unidad de cuidados intensivos, de recibir ventilación mecánica invasiva u oxigenación por membrana extracorpórea y de morir, en comparación con las mujeres no embarazadas.[222]

Los factores de riesgo para que las mujeres embarazadas desarrollen enfermedades graves, morbilidades maternas y resultados adversos en el parto fueron la edad ≥30 años, la etnia mixta, la diabetes gestacional, la diabetes, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares, la enfermedad renal, el sobrepeso/obesidad, la infección por VIH, el bajo peso antes del embarazo y la anemia.[223][224][225]

Para más información sobre las complicaciones relacionadas con el embarazo, consulte Complicaciones.

Las personas que son o han sido fumadoras presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave.[127]

El tabaquismo se asocia a resultados graves o críticos y a un mayor riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos y de mortalidad. La asociación parece ser más significativa en los ex fumadores, en comparación con los fumadores actuales, y en las personas más jóvenes.​[226]​ Los fumadores actuales o antiguos (fumadores empedernidos) presentaban un 16% más de riesgo de ingreso hospitalario, un 44% más de riesgo de enfermedad más grave, un 39% más de riesgo de mortalidad y un 45% más de riesgo de avance de la enfermedad, en comparación con los no fumadores (no fumadores empedernidos).[227]​ Esto puede deberse al aumento de la expresión en las vías respiratorias del receptor de la enzima convertidora de angiotensina-2 en los fumadores.[228] El riesgo de mortalidad en los fumadores actuales no parece variar en función de la edad; sin embargo, el riesgo disminuye significativamente en función de la edad en las personas que antes eran fumadores.[229]

La Organización Mundial de la Salud ha revisado las evidencias disponibles y ha llegado a la conclusión de que el tabaquismo está asociado con una mayor gravedad de las enfermedades y la muerte de los pacientes hospitalizados.[230]

Las personas con cáncer (incluidas las neoplasias malignas hematológicas) tienen un mayor riesgo de infección y enfermedad grave.[127][231]

Los pacientes con cáncer presentan un mayor riesgo de infección, enfermedad grave, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y mortalidad en comparación con la población general.[232] Las neoplasias hematológicas se asociaron con el mayor riesgo de enfermedad grave y mortalidad (posiblemente explicado por el mayor grado de inmunosupresión utilizado en el tratamiento de estos pacientes), seguido del cáncer de pulmón. No existe una asociación clara entre la modalidad de tratamiento y la mortalidad.[233]

El riesgo de mortalidad hospitalaria combinada en pacientes con cáncer es del 14.1%.[234] La mortalidad agrupada de los pacientes con cáncer ingresados en la unidad de cuidados intensivos fue del 60.2%.[235] La mortalidad de los pacientes con cáncer se ve afectada por las comorbilidades preexistentes no relacionadas con el cáncer, y es significativamente mayor en personas con hipertensión, enfermedades cardiovasculares, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y diabetes.[236]

Los pacientes con tratamiento oncológico reciente (en los 3 meses anteriores al diagnóstico de COVID-19) presentaron un aumento estadísticamente significativo del riesgo de mortalidad a los 30 días, de estancia en la unidad de cuidados intensivos y de ingreso hospitalario en comparación con los pacientes con COVID-19 sin cáncer. Los pacientes sin tratamiento oncológico reciente presentaron un riesgo similar de mortalidad y estancia en la unidad de cuidados intensivos y un menor riesgo de ventilación mecánica e ingreso hospitalario en comparación con los pacientes sin cáncer.[237]​ Los pacientes que reciben inhibidores de los puntos de control inmunitarios no parecen presentar un mayor riesgo de malos resultados clínicos en comparación con los pacientes que no reciben tratamiento oncológico u otras terapias contra el cáncer, pero las evidencias son limitadas.[238]

Es posible que los niños con cáncer no sean más vulnerables a las infecciones, en comparación con los niños sin cáncer. Los datos limitados muestran que la morbilidad general en los pacientes pediátricos con cáncer es baja, con solo un 5% que requiere ingreso hospitalario por los síntomas.[239] En el mayor estudio internacional de cohortes realizado hasta la fecha, el 20% de los niños con cáncer desarrollaron una enfermedad grave o crítica, pero la mayoría de los pacientes se recuperaron sin soporte avanzado. Aproximadamente, el 35% de los niños eran asintomáticos La linfopenia y la neutropenia se asociaron con una enfermedad más grave.[240] La supervivencia global de los niños con cáncer es muy alta (99.4%), y no se observaron diferencias significativas en el riesgo de ingreso hospitalario o el ingreso en la unidad de cuidados intensivos entre las neoplasias hematológicas y los tumores sólidos en los niños.[241] Las evidencias limitadas indican que no se asociaron complicaciones graves con la continuación de la quimioterapia en los niños que dieron positivo en la prueba del SARS-CoV-2.[242]

Las personas con enfermedades cerebrovasculares presentan un mayor riesgo de sufrir enfermedades graves.[127]

Los pacientes con una anamnesis de enfermedad cerebrovascular presentan más probabilidades de avanzar hacia resultados adversos, en comparación con los pacientes sin anamnesis de enfermedades cerebrovasculares.[243] Los pacientes con enfermedades cerebrovasculares preexistentes presentan 2.67 veces más probabilidades de presentar malos resultados, incluyendo el ingreso en la unidad de cuidados intensivos, la ventilación mecánica y la mortalidad.[244] El accidente cerebrovascular previo se asoció significativamente con la enfermedad grave, el ingreso en la unidad de cuidados intensivos, la ventilación mecánica y la mortalidad.[245]

Las personas con trastornos de salud mental, como los trastornos del estado de ánimo (p. ej., la depresión) y los trastornos del espectro esquizofrénico, presentan un mayor riesgo de padecer enfermedades graves.[127]

Las personas con trastornos mentales preexistentes presentan un mayor riesgo de ingreso hospitalario y mortalidad en comparación con los pacientes sin trastornos mentales.[246][247]

Las personas con esquizofrenia preexistente pueden presentar un mayor riesgo de mortalidad. Los factores de riesgo son la edad avanzada y los antecedentes de tabaquismo.[248]

Las personas con un estado inmunocomprometido por un trasplante de órgano sólido o de células madre sanguíneas presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave.[127]

Los receptores de trasplante de órganos sólidos corren un mayor riesgo de ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y mortalidad. Sin embargo, el aumento de la tasa de ingresos hospitalarios puede reflejar una estrategia de manejo preferida de una monitorización más estrecha de los pacientes hospitalizados en lugar de ser un indicador de la gravedad de la enfermedad. No se encontró un mayor riesgo de mortalidad en comparación con la población general cuando se ajustaron las características demográficas y clínicas y la gravedad de la enfermedad.[249]

Los receptores de un trasplante de células madre hematopoyéticas (TCMH) presentan un mayor riesgo de mortalidad. La tasa de mortalidad fue ligeramente superior en los receptores de alotrasplante de células madre hematopoyéticas (TCMH) en comparación con los de autotrasplante de células madre hematopoyéticas (TCMH), pero esta diferencia no fue estadísticamente significativa. Los factores de riesgo de mayor mortalidad fueron la edad avanzada, el tratamiento inmunosupresor, la enfermedad de injerto contra huésped y los marcadores inflamatorios elevados con linfopenia.[250]

Las personas con discapacidades como el síndrome de Down, la parálisis cerebral, las malformaciones congénitas, los problemas de aprendizaje, el trastorno por déficit de atención/hiperactividad, las discapacidades intelectuales y del desarrollo y las lesiones de la médula espinal (entre otras) presentan un mayor riesgo de padecer enfermedades graves.[127]

En el Reino Unido, un estudio de cohortes descubrió un riesgo 4 veces mayor de ingreso hospitalario y 10 veces mayor de mortalidad en personas con síndrome de Down.[251] Esto puede deberse posiblemente a la presencia de una disfunción inmunitaria, una cardiopatía congénita y una patología pulmonar. Además, las personas con síndrome de Down a menudo tienen obesidad asociada y apnea obstructiva del sueño, los cuales son factores de riesgo para peores resultados. La tasa de mortalidad fue mayor en los mayores de 40 años en una revisión sistemática.[252]

Otro estudio realizado en el Reino Unido encontró que los adultos con problemas de aprendizaje y las personas que presentan síndrome de Down o parálisis cerebral presentan un riesgo notablemente mayor de ingreso hospitalario y de muerte, por encima de los riesgos observados en las causas de muerte no relacionadas con el COVID-19.[253]

El riesgo de muerte fue mayor para las personas discapacitadas (incluyendo discapacidades de aprendizaje, condiciones neurológicas y fragilidad), en comparación con las personas no discapacitadas durante las dos primeras olas de la pandemia. Los riesgos relativos eran elevados entre los discapacitados más jóvenes, las mujeres discapacitadas y las personas con mayores niveles de limitación de la actividad. Los factores de riesgo, tanto socioeconómicos, como demográficos y sanitarios adversos explican parte del aumento de riesgo.[254]

Las personas con demencia pueden sufrir un mayor riesgo de infección y presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave.[127][255]

Los adultos de edad avanzada con demencia presentan un mayor riesgo de mortalidad a corto plazo. Los pacientes con demencia son más vulnerables a padecer enfermedades como la hipertensión, la diabetes y la neumonía, y están inmunodeprimidos. La tasa de mortalidad agrupada de los pacientes con demencia fue del 39%, en comparación con el 20% de los adultos de edad avanzada sin demencia.[256]

En el Reino Unido, más de un cuarto de las personas que murieron con COVID-19 de marzo a junio de 2020 presentaban demencia. La demencia y la enfermedad de Alzheimer fue la principal afección de salud preexistente más frecuente en las muertes relacionadas con COVID-19 entre marzo y junio de 2020.[257]

Un estudio retrospectivo de casos y controles de las historias clínicas electrónicas de pacientes en EE.UU. encontró que los pacientes con demencia presentaban un mayor riesgo de infección, en comparación con los pacientes sin demencia. También presentaron resultados significativamente peores (riesgo de ingreso hospitalario a los 6 meses y riesgo de mortalidad), en comparación con los pacientes con demencia pero sin COVID-19 y los pacientes con COVID-19 pero sin demencia. El mayor riesgo se observó entre los pacientes con demencia vascular.[258]

Las personas inmunodeprimidas presentan un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave.[127]

Esto incluye a las personas con antecedentes de inmunodeficiencias primarias o el uso prolongado de corticosteroides u otros medicamentos inmunosupresores.

Una vez hospitalizados, los inmunocomprometidos presentan un mayor riesgo de ingreso en la unidad de cuidados intensivos y de muerte, independientemente del estado de vacunación, en comparación con los pacientes no inmunocomprometidos (tras ajustar las diferencias en las características clínicas y demográficas).[259]

Los datos actuales no sugieren de forma contundente que los medicamentos asociados al tratamiento de las enfermedades inflamatorias inmunomediadas aumenten el riesgo de infección o de enfermedad grave, con la excepción de los corticosteroides y el rituximab.[260] La exposición a los glucocorticoides de ≥10 mg/día (prednisolona) se ha asociado con mayores probabilidades de ingreso hospitalario en pacientes con enfermedades reumatológicas.[261] Los pacientes tratados con ciclosporina/tacrolimus también presentaban un mayor riesgo de ingreso hospitalario; sin embargo, no estaba claro si el aumento del riesgo estaba relacionado con el propio fármaco, la enfermedad subyacente por la que se trataba al paciente u otros factores.[262]

Los pacientes inmunodeprimidos no presentan un riesgo significativamente mayor de infección, en comparación con la población general.[263]

Véase tambiénInfección por VIH y Enfermedad autoinmunitaria a continuación.

Las personas que viven con el VIH sufren un mayor riesgo de padecer enfermedades graves.[127]

En los estudios retrospectivos se ha encontrado que, si bien las personas con VIH no parecen tener un mayor riesgo de infección, sí presentan un mayor riesgo de sufrir malos resultados (es decir, enfermedad grave, ingreso hospitalario, mortalidad) en comparación con las personas que no están infectadas por el VIH. El riesgo de enfermedad grave y de ingreso hospitalario aumentó con el avance de la etapa de la enfermedad del VIH.[264][265][266][267] Sin embargo, hay algunas evidencias que sugieren que los pacientes con VIH en etapas avanzadas (etapa 3 o 4) pueden manifestar síntomas menos graves y presentar una mortalidad reducida. Esto puede deberse a la incapacidad del sistema inmunitario de las personas seropositivas para provocar la tormenta de citocinas que suele causar malos resultados clínicos en los pacientes de COVID-19.[268]

Las evidencias procedentes de estudios individuales, revisiones sistemáticas y metanálisis son contradictorias. Se ha encontrado que la infección por el VIH no se asociaba a un mal resultado compuesto o a la mortalidad, y en otros casos, se ha encontrado que las personas infectadas por el VIH presentan un mayor riesgo de infección y mortalidad en comparación con las personas sin VIH.[269]

La Organización Mundial de la Salud afirma que la infección por el VIH parece ser un importante factor de riesgo independiente de enfermedad grave o crítica en el momento del ingreso hospitalario y de mortalidad intrahospitalaria. La infección por el VIH se asoció de forma independiente con un mayor riesgo de mortalidad, en comparación con la población seronegativa tras ajustar por edad, sexo, gravedad de la enfermedad y afecciones subyacentes. La edad >65 años, el sexo masculino y la presencia de diabetes o hipertensión fueron factores de riesgo de enfermedad grave o crítica al ingreso en el hospital, así como de mortalidad intrahospitalaria. Los datos proceden principalmente de Sudáfrica, lo que puede limitar la generalización de los resultados.[270][271] Otros factores de riesgo de enfermedad grave son la coexistencia de enfermedades cardiovasculares, respiratorias y renales crónicas.[272]

Las personas que no son físicamente activas presentan un mayor riesgo de padecer enfermedades graves.[127]

Los datos indican una asociación entre la inactividad física y un mayor riesgo de ingreso hospitalario y mortalidad, y posiblemente una asociación entre la inactividad física y un mayor riesgo de ventilación. Existen datos limitados sobre la asociación entre la inactividad física y el ingreso en la unidad de cuidados intensivos y la intubación.[273][274][275]​​ La actividad física de moderada a vigorosa redujo las probabilidades de infección, ingreso hospitalario y mortalidad en comparación con la ausencia de actividad física.[276]

Las personas con anemia de células falciformes o talasemia pueden presentar un mayor riesgo de padecer enfermedades graves; sin embargo, las evidencias son limitadas.[127]​ Las personas con enfermedad o rasgo de células falciformes tienen un mayor riesgo de hospitalización y mortalidad.[277]

Los pacientes con hemoglobinopatía presentaban un mayor riesgo de enfermedad grave y mortalidad en comparación con la población general. La mortalidad entre los pacientes con hemoglobinopatía fue del 6.9%. Las comorbilidades respiratorias y cardiovasculares fueron predictores significativos de mortalidad.[278][279]

En el Reino Unido, los pacientes con anemia falciforme presentan un riesgo 4 veces mayor de ingreso hospitalario y 2.6 veces mayor de muerte. El rasgo de células falciformes también se asoció a un mayor riesgo de ambos resultados, aunque en menor medida.[280]

En los Estados Unidos, entre 178 pacientes con anemia falciforme (edad media del paciente <40 años), el 69% fueron hospitalizados, el 11% ingresaron en cuidados intensivos y el 7% fallecieron.[281] La infección puede causar un síndrome torácico agudo en pacientes con anemia falciforme.[282][283]

Las personas con hipertensión pueden presentar un mayor riesgo de padecer enfermedades graves; sin embargo, las evidencias son limitadas.[127]

Casi todas las evidencias disponibles indican que la hipertensión aumenta el riesgo de enfermedad grave o de mortalidad, aunque a veces no estaba claro si esto era independiente de otros factores de riesgo. No hubo revisiones sistemáticas ni metanálisis que estudiaran si las personas con hipertensión presentaban un mayor riesgo de infección.[284][285]

La hipertensión se ha asociado con un aumento de los malos resultados compuestos, incluida la mortalidad, la enfermedad grave, el síndrome de dificultad respiratoria aguda, la necesidad de ingreso hospitalario en la unidad de cuidados intensivos y el avance de la enfermedad.[286][287] Los pacientes con hipertensión presentan un riesgo 2.98 veces mayor de padecer una enfermedad grave, un riesgo 1.82 veces mayor de padecer una enfermedad crítica y un riesgo de mortalidad entre 2.17 y 2.88 veces mayor, en comparación con los pacientes sin hipertensión.[288][289]

Inicialmente, existía la preocupación de que las personas a las que se administraba inhibidores de la ECA o antagonistas de los receptores de la angiotensina II pudieran presentar un mayor riesgo de infección o enfermedad grave debido a la regulación al aumento de la expresión del receptor de la ECA2.[290] Sin embargo, las evidencias de alta certeza sugieren que el uso de estos fármacos no está asociado con la enfermedad grave, y no hay ninguna asociación entre el uso de estos medicamentos y un resultado positivo de la prueba del SARS-CoV-2 entre los pacientes sintomáticos.[291][292]

Las personas con trastornos por consumo de sustancias pueden tener un mayor riesgo de padecer enfermedades graves; sin embargo, las evidencias son limitadas.[127] Esto incluye el trastorno por consumo de alcohol, opioides o cocaína.

Las personas con trastornos por abuso de sustancias, especialmente las que consumen fármacos que afectan a los sistemas respiratorio y cardiovascular, pueden ser vulnerables a los efectos respiratorios adversos de COVID-19. Los estudios de cohorte han encontrado que los trastornos por consumo de sustancias se asocian a un aumento de ingreso hospitalario, el ingreso en la unidad de cuidados intensivos, el uso de respiradores y la mortalidad.[293][294] Una revisión sistemática y un metanálisis encontraron que las personas con trastorno por consumo de opiáceos presentan un mayor riesgo de ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y mortalidad.[295]

Los niños con ciertas afecciones subyacentes pueden presentar un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave; sin embargo, las evidencias son limitadas.[127]​ La presencia de al menos una comorbilidad se asoció con un riesgo marcadamente mayor de enfermedad crítica en los niños.[296]

Estas afecciones incluyen la obesidad, la diabetes, el asma y las enfermedades pulmonares crónicas, la inmunosupresión y la anemia de células falciformes. Los niños también pueden estar en riesgo si son médicamente complejos; presentar trastornos genéticos, neurológicos o metabólicos graves; o tienen una cardiopatía congénita.[127]

Un estudio transversal de más de 43,000 niños en EE.UU. descubrió que las afecciones subyacentes más frecuentemente documentadas eran la obesidad, el asma, los trastornos del neurodesarrollo, los trastornos asociados a la ansiedad y el miedo, y los trastornos depresivos Los niños con diabetes de tipo 1, anomalías congénitas cardíacas y circulatorias, obesidad, hipertensión, epilepsia, trastornos neuropsiquiátricos y asma, así como los niños con enfermedades crónicas, presentaban un mayor riesgo de ingreso hospitalario y enfermedad grave. Datos limitados sugieren que los niños con cardiopatías congénitas podrían tener un mayor riesgo de padecer la enfermedad grave.[297]

Las personas con deficiencia de vitamina D pueden presentar un mayor riesgo de sufrir infecciones y enfermedades graves; sin embargo, las evidencias son limitadas.

Los metanálisis han encontrado que un bajo nivel de vitamina D en suero está significativamente asociado con un mayor riesgo de infección, y un mayor riesgo de enfermedad grave, ingreso hospitalario y mortalidad tanto en adultos como en niños.[298][299][300][301][302][303][304]​ Sin embargo, no está claro si estas asociaciones fueron estadísticamente significativas y la certeza de la evidencia es muy baja.[305][306]​ Cuando los análisis incluyeron estudios con ajustes por factores de confusión, la deficiencia de vitamina D no se asoció a un mayor riesgo de mortalidad.[307]

Un metanálisis y una evaluación GRADE de los estudios de cohortes y de los ensayos controlados aleatorizados encontraron que las evidencias actuales indican que la deficiencia de vitamina D no está significativamente relacionada con la susceptibilidad a la infección o a la muerte y que la administración de suplementos de vitamina D no mejoró significativamente los resultados clínicos. Sin embargo, la calidad general de las evidencias fue baja.[308]

Las personas a las que se administran inhibidores de la bomba de protones (IBP) pueden presentar un mayor riesgo de infección y enfermedad grave; sin embargo, las evidencias son limitadas.[309]

Los datos sobre si el uso de IBP aumenta el riesgo de infección son contradictorios. El metanálisis de mayor tamaño realizado hasta la fecha encontró que el uso de IBP se asociaba marginalmente con un aumento nominal, pero estadísticamente significativo, del riesgo de infección, así como con un mayor riesgo de infección grave y mortalidad.[309]

Los usuarios actuales o habituales de IBP presentaban más probabilidades de tener resultados graves en comparación con los que no usaban IBP. Además, los usuarios actuales del IBP presentaban más probabilidades de ser hospitalizados durante más tiempo en comparación con los que no lo eran, aunque esto no era estadísticamente significativo. El uso de IBP en el pasado no está asociado con una mayor susceptibilidad a la infección o con resultados graves.[310]

Si bien los corticosteroides se usan para el tratamiento de la COVID-19 para reducir la mortalidad, se encontró que el uso a largo plazo de corticosteroides orales para otra afección antes del desarrollo de la COVID-19 aumentó la hospitalización, el ingreso en la unidad de cuidados intensivos y la mortalidad en comparación con los no usuarios, según un estudio de cohorte basado en la población.[311]

Las personas con enfermedades autoinmunitarias (incluidas las enfermedades reumáticas y musculoesqueléticas) pueden presentar un mayor riesgo de infección y enfermedad grave; sin embargo, la evidencia es limitada.[312][313]

Los datos actuales no sugieren con fuerza que la presencia de una enfermedad inflamatoria inmunomediada aumente el riesgo de infección o de enfermedad grave. El aumento del riesgo informado en algunos estudios puede deberse a las comorbilidades asociadas a las enfermedades inflamatorias inmunomediadas o a los medicamentos que toma el paciente (corticosteroides, rituximab). El aumento de las tasas de ingreso hospitalario en estos pacientes no se asoció a un aumento de las tasas de mortalidad.[260] La monoterapia con inhibidores del factor de necrosis tumoral (TNF) alfa se asoció con un menor riesgo de ingreso hospitalario o muerte entre los pacientes con trastornos inflamatorios inmunomediados en comparación con otros regímenes de tratamiento (p. ej., metotrexato azatioprina, inhibidores de la Janus cinasa).[314] No se observó un aumento del riesgo de ventilación mecánica o de mortalidad intrahospitalaria para otros tratamientos reumatológicos, antineoplásicos o antimetabolitos examinados en un estudio de cohortes, con la excepción del rituximab.[315]

Artritis inflamatoria: la evidencia no muestra una fuerte asociación entre la artritis inflamatoria (por ejemplo, artritis reumatoide, espondiloartritis) y el riesgo de infección o resultados adversos como la hospitalización, el ingreso en la unidad de cuidados intensivos, la necesidad de ventilación mecánica o muerte. Sin embargo, las evidencias son contradictorias. Algunos estudios informan de un mayor riesgo de resultados adversos, pero los estudios tenían limitaciones.[260]

Enfermedad inflamatoria intestinal: la prevalencia en pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal parece ser baja.[316][317]​​​ La enfermedad inflamatoria intestinal no se asoció a un mayor riesgo de ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos o mortalidad.[318]​ Las evidencias indican que el perfil de riesgo de infección y enfermedad grave es similar al de la población general si los pacientes presentan un adecuado control de la enfermedad y no utilizan corticosteroides.[260] El uso de corticosteroides se asoció a un mayor riesgo de enfermedad grave e ingreso en la unidad de cuidados intensivos, pero no de mortalidad.[319] Una mayor actividad de la enfermedad y los brotes pueden conducir a una mayor susceptibilidad a la infección y a peores resultados.[320] Los resultados de los pacientes (ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y mortalidad) fueron peores en la colitis ulcerosa (en comparación con la enfermedad de Crohn) y en los pacientes con corticosteroides, tiopurinas, aminosalicilatos o tratamiento combinado. Los resultados son mejores en los pacientes que reciben fármacos biológicos.[316][318]​​[321][322][323]​​ Se ha desarrollado una calculadora de riesgo que pronostica qué pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal presentan mayor riesgo de sufrir resultados adversos.[324]

Enfermedades del tejido conectivo: varios estudios sugieren un mayor riesgo de infección en pacientes con trastornos del tejido conectivo (p. ej., lupus eritematoso sistémico, síndrome de Sjogren, esclerosis sistémica, polimiositis y dermatomiositis) en comparación con la población general y los pacientes con otras enfermedades inflamatorias inmunomediadas. Esto se debe posiblemente al uso generalizado de corticosteroides en estos pacientes. Faltan datos sobre los resultados y las evidencias son contradictorias.[260] Los pacientes con nefritis lúpica presentaban un mayor riesgo de desarrollar una enfermedad grave o crítica.[325]

La psoriasis: los datos sobre el riesgo y los resultados sugieren de forma convincente un perfil de riesgo comparable al observado en la población general, sin que los estudios de cohorte hayan informado de un aumento de la susceptibilidad a la infección o a la enfermedad grave.[260]

Vasculitis: el uso de corticosteroides, la edad avanzada, el sexo masculino, la actividad moderada o grave de la enfermedad, las comorbilidades (p. ej., la enfermedad respiratoria) y el uso de rituximab o ciclofosfamida se asociaron con resultados graves, según datos limitados.[326][327]

Esclerosis múltiple: la discapacidad neurológica, la edad avanzada, ser una persona de raza negra, las comorbilidades cardiovasculares, el tratamiento reciente con corticosteroides y la obesidad fueron factores de riesgo de enfermedad grave y mortalidad.[328][329]​​​ El riesgo de enfermedad grave era mayor en los pacientes con enfermedad progresiva en comparación con los que presentaban enfermedad remitente-recurrente. El uso de terapias anti-CD20 se asoció con un mayor riesgo de enfermedad grave en pacientes con enfermedad remitente-recurrente.[330]​ Las evidencias actuales no sugieren que la esclerosis múltiple aumente significativamente la tasa de mortalidad. Las tasas de ingreso hospitalario y mortalidad más elevadas correspondieron a los pacientes que no recibían terapias modificadoras de la enfermedad, seguidos de los que recibían terapias para agotar las células B (p. ej., rituximab, ocrelizumab).[331]​ La evidencia actual no sugiere que los pacientes con esclerosis múltiple infectados con SARS-CoV-2 tengan un mayor riesgo de recidiva.[332]

Las personas con hipotiroidismo pueden presentar un mayor riesgo de padecer una enfermedad grave; sin embargo, las evidencias son limitadas.[333][334]

Los trastornos tiroideos (hipotiroidismo y anomalías tiroideas no especificadas, pero no el hipertiroidismo) se asocian a un mayor riesgo de desenlaces desfavorables, como enfermedad grave, ingreso hospitalario, ingreso en la unidad de cuidados intensivos y mortalidad. Esta asociación se asoció significativamente con el aumento de la edad y la presencia de hipertensión.[335][336]

Las personas con la enfermedad de Parkinson pueden presentar un mayor riesgo de infección o de enfermedad grave; sin embargo, las evidencias son limitadas.[337][338][339]

Los factores de riesgo de infección pueden ser la obesidad, las enfermedades pulmonares y la hospitalización. La administración de suplementos de vitamina D se asoció a un menor riesgo de infección.[338]

La enfermedad de Parkinson se asoció a la gravedad de la enfermedad, a los malos resultados intrahospitalarios y a la mortalidad en un metanálisis. Sin embargo, la evidencia de una asociación aún no está clara. La asociación estaba influida por la edad, pero no por el sexo, ni por la presencia de demencia, hipertensión o diabetes.[337]

Los pacientes pueden experimentar un empeoramiento sustancial de los síntomas parkinsonianos.[340]

La gota parece estar asociada a un mayor riesgo de infección y mortalidad; sin embargo, las evidencias son limitadas.[341]

Un estudio del Biobank del Reino Unido basado en la población de más de 15,000 personas con gota encontró que la gota estaba asociada con un mayor riesgo de diagnóstico de COVID-19 y de muerte relacionada con COVID-19, independientemente de las comorbilidades metabólicas de la gota. Las mujeres presentaban un mayor riesgo de muerte en comparación con los hombres. No se observaron diferencias significativas en el riesgo de muerte relacionado con la COVID-19 en función de la prescripción de colchicina o de la terapia para reducir el ácido úrico.[341] Las evidencias son limitadas y es necesario seguir investigando.

La dislipidemia parece estar asociada a un mayor riesgo de enfermedad grave y mortalidad; sin embargo, las evidencias son limitadas.[342][343][344]

La asociación fue más fuerte en los hombres, en la edad avanzada y en los hipertensos.[345]

Inicialmente, existía la preocupación de que las personas a las que se administraban estatinas pudieran presentar un mayor riesgo de infección o de enfermedad más grave, ya que se ha demostrado que las estatinas aumentan la expresión de la ECA2 en animales y pueden promover la activación de la vía inflamatoria en el síndrome de dificultad respiratoria aguda.[290] Sin embargo, hasta ahora, los estudios no respaldan esta hipótesis, y los estudios han demostrado un efecto protector (menor riesgo de mortalidad o enfermedad grave).[346] Los resultados del American Heart Association’s COVID-19 Cardiovascular Disease Registry informan que los pacientes que tomaban estatinas antes del ingreso hospitalario presentaban unas probabilidades de muerte sustancialmente menores, principalmente entre las personas con antecedentes de enfermedad cardiovascular y/o hipertensión.[347] En un estudio de registro sueco se han obtenido resultados similares.[348]

La mortalidad y las complicaciones quirúrgicas son mayores en los pacientes con COVID-19, en comparación con los pacientes sin COVID-19.[349]

Un estudio retrospectivo de 34 pacientes en China que se sometieron a cirugías electivas durante el período de incubación de COVID-19 encontró que todos los pacientes desarrollaron neumonía después de la cirugía. Aproximadamente, el 44% de estos pacientes requirieron ser admitidos en la unidad de cuidados intensivos y el 20% murieron.[350]

Las complicaciones pulmonares postoperatorias se producen en la mitad de los pacientes con infección perioperatoria de SARS-CoV-2, y están asociadas con una mayor mortalidad, en particular en los hombres y los mayores de 70 años.[351]

Las personas del grupo sanguíneo A pueden presentar un mayor riesgo de infección y mortalidad, y las del grupo sanguíneo B y AB pueden presentar un mayor riesgo de infección; sin embargo, las evidencias son limitadas.[352][353][354][355]

El grupo sanguíneo O parece ser protector contra la infección; sin embargo, las evidencias son de baja/muy baja calidad. Las personas que son Rh-positivas mostraban más vulnerabilidad a la infección en comparación con las personas Rh-negativas.[352][356][357]

Un estudio de la asociación del genoma completo encontró que los pacientes con el grupo sanguíneo A presentan un riesgo 45% mayor de sufrir una insuficiencia respiratoria en comparación con otros grupos sanguíneos. También encontró un efecto protector en el grupo sanguíneo O. Dos loci cromosómicos se asociaron con insuficiencia respiratoria y uno de ellos coincidió con el locus del grupo sanguíneo AB0.[358] El dominio de unión al receptor del SARS-CoV-2 se une directamente al antígeno del grupo sanguíneo A expresado en las células epiteliales respiratorias, vinculando directamente el grupo sanguíneo A y el SARS-CoV-2.[359]

Hay evidencia limitadas de que la disfunción de la microbiota intestinal y pulmonar puede estar implicada en la patogénesis de la COVID-19.[360]

Se ha observado un perfil bacteriano intestinal disbiótico durante las fases aguda y de recuperación.[361] Los pacientes parecen presentar un agotamiento de comensales beneficiosos (p. ej., Eubacterium ventriosum, Eubacterium rectale Faecalibacterium prausnitzii, Roseburia y Lachnospiraceae taxa) y un sobrecrecimiento de patógenos oportunistas (p. ej., Clostridium hathewayi, Actinomyces viscosus, Bacteroides nordii) durante el ingreso hospitalario.[362][363][364] Las asociaciones entre la composición de la microbiota intestinal, los niveles de citocinas y los marcadores inflamatorios en pacientes con COVID-19 sugieren que el microbioma intestinal está implicado en la gravedad de la enfermedad, posiblemente a través de la modulación de las respuestas inmunitarias del huésped. La disbiosis intestinal tras la resolución de la enfermedad puede contribuir a la persistencia de los síntomas.[365]

Clima y latitud: el aumento de las temperaturas puede ralentizar la progresión de la epidemia basándose en evidencias de baja certeza y en estudios limitados; sin embargo, las variables climáticas por sí solas no explican la mayor parte de la variabilidad en la transmisión de la enfermedad. La temperatura, la humedad, la velocidad del viento, la luz ultravioleta y la latitud pueden desempeñar un papel en la epidemia, pero es necesario seguir investigando.[366]

Contaminación del aire: las evidencias limitadas sugieren una asociación entre la exposición a la contaminación del aire del medio ambiente y el COVID-19; sin embargo, las evidencias no son suficientes para demostrar esta causalidad.[367][368][369][370][371]

Residencia en zonas urbanas o desfavorecidas: las evidencias limitadas indican que la prevalencia fue mayor en las personas que viven en zonas urbanas, en comparación con las que viven en zonas rurales, y en las personas que viven en zonas más desfavorecidas en comparación con las que viven en zonas menos desfavorecidas.[128][372]

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